También significa vivir en infravivienda, vivir con la pareja agresora, ocupar un piso por necesidad, compartir piso con desconocidos o residir en casa de la familia para la que trabajas. Es por ello que se podría hablar de sinhogarismo oculto en muchos casos. Personas viviendo a la intemperie o en albergues nocturnos. Sin vivienda Incluye albergues para personas sin hogar, centros penitenciarios, casas de acogida para jóvenes o instituciones médicas. Vivienda insegura Vivir realquilado, en casas de familiares y amigos, ocupando, en proceso de desahucio o ejecución hipotecaria o vivir bajo amenaza de violencia. Vivienda inadecuada Vivir en caravanas, naves o asentamientos, edificaciones no convencionales o temporales, y viviendas masificadas. Unas naves y asentamientos que hace décadas que existen en Barcelona pero que son desconocidos para gran parte de la población.
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Entonces, la casa entera donde sólo sonaba el radio de la cocina tocando rancheras se puso en revuelo. Subieron las criadas haciendo retumbar la escala, subió el jardinero con sus tijeras de podar y el lodo de los zapatones del lechero que llevaba la leche todas las mañanas quedó regado sobre los mosaicos del apartamento alto. La cocinera, que fue la primera en llegar, no quiso admirar la prueba que le ofrecía la niña alzando el bacín hasta sus ojos, y le dio una cachetada tan fuerte que le dejó la palma de la mano pintada en la mejilla. La niña aguantó el golpe sin llorar y no soltó el bacín. Y no sólo eso, sino que lo mantuvo alzado tercamente a la vista de la cocinera. La empleada de adentro, la que lampaceaba, era la madre de la niña y se encaró con la cocinera. Había subido con todo y lampazo, como el jardinero con todo y sus tijeras de podar.
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Estaba muy bien afeitado, vestido de lechoso y con botas de charol, y tenía tan buen semblante que jamás pareció tan vivo como entonces. Age el mismo don Chepe Montiel de los domingos, oyendo misa de ocho, sólo que en lugar de la fusta tenía un crucifijo entre las manos. Mientras todo el mundo esperaba que lo acribillaran por la lomo en una emboscada, su viuda estaba segura de verlo morir de viejo en su cama, confesado y fault agonía, como un santo moderno. Se equivocó apenas en algunos detalles. José Montiel murió en su hamaca, un miércoles a las dos de la tarde, a consecuencia de la berrinche que el médico le había limitado. Pero su esposa esperaba también que todo el pueblo asistiera al enterramiento y que la casa fuera reducida para recibir tantas flores. Se veía que los habían redactado de abecé, con la tinta multitudinaria de la oficina de correos, y que habían roto muchos formularios antes de acertar 20 dólares de palabras. Ninguno prometía regresar.