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Al acabar nuestra cita de agosto de , Justin me acompañó al auto, donde, nervioso, me dio un ósculo. Cuando le devolví el beso, lo celebró con los puños en el aire, como si acabara de ganar algo. Publicidad Me senté en el asiento del conductor, emocionada porque nuestra segunda cita había ido tan perfectamente como la primera. Justin ya había elegido restaurante para la tercera alusión, que estaba fijada para dentro de seis semanas, cuando vaciara su anales de viajes. Durante los siguientes días, me movía con ligereza y alegría, convencida de que sentía la bebistrajo adecuada de emoción y certidumbre que se supone que hay que arrepentirse después de quedar con quien podría ser el elegido. Solamente tenía que esperar hasta octubre. Justin parecía merecer la espera teniendo en cuenta que, después de divorciarme a los 30, me había sido imposible encontrar el amor. Ya había tenido un esposo cuando era veinteañera y, pese a que el matrimonio había sido una experiencia enriquecedora, podía vivir sin ello.

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